Cuando era niña pasaba largos veranos fuera de mi casa. Unas semanas en el pueblo con los abuelos, campamentos con el cole y en la playa con mis padres. Aparte de la sobre exposición solar, ante la cual hoy cualquier dermatólogo se escandalizaría, la vuelta a casa siempre llevaba asociada una extraña sensación: mi casa no era la misma que había dejado semanas atrás. ¿Más pequeña?, ¿más oscura? ¿más incómoda? Pero no, en realidad no había cambiado nada, era sólo mi emoción la que valoraba.Ayer volví a la oficina y, sí, tuve esa misma sensación. Noté esa presión en el estómago, esa oscuridad, esa sensación de no estar en ‘mi oficina’.
Nuestro cerebro necesita rutinas para ser más eficiente. Cuando tenemos rutina no necesitamos estar alerta ya que sabemos lo que va a pasar, y así, concentramos toda nuestra energía en la actividad que lo requiera. Pero, a la vez, nuestro cerebro construye realidades alimentadas por las emociones que lo acompañan. Definimos las cosas como buenas o malas porque nos hacen sentir bien o mal, no estrictamente porque lo sean.
‘La nueva normalidad’
Desde el inicio de la desescalada, nos han impuesto un término eufemístico ‘nueva normalidad’, para avisarnos, sin evidenciarlo, que lo que está por venir no será igual que lo que dejamos.
Debido a esta situación, tendremos que volver a nuestras rutinas, aunque éstas no serán las mismas. El matiz está en hacer la distinción entre lo ‘normal’ y lo ‘habitual’. ‘Habitual’ era tomar un café con nuestros/as compañeros/as, amontonarnos a la misma hora en el office para comer o sonreírnos cuando nos cruzábamos por el pasillo. ‘Normal’, ahora, será hacer las reuniones de equipo incluyendo los comentarios sobre la última película vista o la serie a recomendar, comer sin compañía o chatear con más frecuencia porque no podemos acercarnos a menos de dos metros a nadie. Han cambiado muchas cosas, y debemos hacer un esfuerzo para convertirlo en bueno, para que nos vuelva a gustar, para que nos haga sentir bien.
La ciencia nos aporta herramientas
La buena noticia es que la ciencia nos aporta herramientas que nos ayudan. Disciplinas como la psicología positiva o la neurociencia han estudiado el componente emocional de los comportamientos. Pero, ¿sabemos cómo funcionamos?
Básicamente nuestros comportamientos tienen 3 dimensiones: la fisiológica (sistema simpático, neurotransmisores y hormonas, entre otros), la cognitiva (lo que pensamos o sentimos) y la conductual (lo que hacemos).
Cuando tenemos un estímulo potencialmente estresante, en este caso la vuelta a la oficina, nuestro sistema fisiológico se activa, generando la química que nos hará sentirnos mal o pensar negativamente al recordar eventos pasados negativos y enfadarnos. Como consecuencia, actuaremos de manera inadecuada al tomar más café, sentarnos de manera inadecuada o no escuchar con atención son algunos ejemplos. Estos actos modificarán la actividad fisiológica que provocará que (se acelere el pulso con la cafeína, nos duela la espalda con la postura, nos aumente el cortisol por el enfado de no entender, entre otros) y así entraremos en una rueda sin fin.
Pero ¿qué pasaría si intervenimos en alguna dimensión? ¿El proceso se sentiría afectado? Ésa es la clave
La clave
Atiende a tu fisiología: todo lo que afecta al cuerpo, desde el ejercicio físico, una buena alimentación o un descanso adecuado afecta a tu estado de ánimo. Estas acciones generan patrones saludables, especialmente al principio. Pero, sobre todo, mi recomendación es que utilices la gran herramienta de la que disponemos en nuestro cuerpo: ¡la respiración! Así de sencillo, unas pocas respiraciones profundas y pausadas modifican la química cerebral de manera directa y proporcionan un estado incompatible con el estrés. Solo tienes que incorporarlo en tu rutina. Busca un patrón (cada vez que te sientes, cada hora, cuando te alerte el reloj…) y dedica 1 minuto a realizar profundas respiraciones. Notarás el bienestar en poco tiempo.
Escucha tus emociones y tus pensamientos: sentirse mal es universal, no sólo te pasa a ti. Todos nos sentimos mal en algún momento de nuestra vida
Se trata de un proceso adaptativo que nos ayuda a estar pendientes y nos ha ayudado a sobrevivir como especie. Es ’normal’ sentir miedo a volver a la oficina, y enfadarte por no ser como era antes. No es la emoción la que te hace sentir mal, sino la resistencia a la emoción.
Porque tus emociones te hablan a ti, escúchalas. Y si no sabes hacerlo, compártelas. Cuando contamos nuestros miedos o nuestras preocupaciones a alguien las vemos de otra manera, las entendemos. No las ocultes, pero tampoco las exageres. Pon foco a los aspectos positivos que nos ofrece el momento. A veces es tan simple como cambiar nuestro lenguaje, ya que lo que decimos y lo que nos decimos, condiciona nuestra manera de hacer las cosas. Cambia el “no puedo” por el “voy a intentarlo” o el “no es posible” por el “voy a probar a ver qué pasa”, o el “me preocupa” por el “me importa”. Evita generalidades y vigila esos “todos”, “nunca”, “siempre”. ¿Ya sientes la diferencia?
Vigila tus acciones: la vida nos ha puesto una dura prueba, pero debemos ser capaces de aprender de ella y transformarla en una oportunidad. Como decía Albert Einstein: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.
Sé flexible a la hora de relacionarte porque más distancia no es sinónimo de menos conexión. Trata de ver las cosas de otra manera. Plantéate la nueva situación, la ‘nueva normalidad’, como un reto, como una oportunidad para trabajar las debilidades y fortalecer las capacidades que te harán alcanzar tus objetivos, tus nuevos objetivos.
Cualquier cambio en una de estas dimensiones, afectará a las demás. Aunque en todo proceso de cambio, hay que ser paciente, recuerda que todos los días sale el sol.