La desconfianza que suscita la autoorganización entre el management es un caballo de batalla con el que los agilistas nos encontramos casi cada día. Ligar este tema con las vacaciones puede sonar un poco extraño, pero me gustaría aprovechar este espacio para compartir una experiencia que he tenido durante este verano y que creo que puede resultar muy ilustrativa. Como dirían en las películas de sobremesa: “esta historia está basada en hechos reales”.
A mediados de julio me disponía a comenzar mis vacaciones veraniegas y descansar. Viajaría con mi familia y amigos al norte de nuestro país para recorrer la costa durante diez días: Cantabria, Asturias y Galicia. El plan no podía ser más motivador.
Quedamos en una gasolinera a las afueras de Madrid para iniciar el viaje todos juntos. Sin embargo, los niños, cinco en total, no querían ir en sus respectivos vehículos, sino que preferían mezclarse con sus amigos.
Ninguno teníamos problema con esto, pero ellos no eran capaces de ponerse de acuerdo sobre quién iría en cada coche. Como padres, intentamos mediar y proponer soluciones, pero nada funcionaba. Durante dos días, en cada parada se repetía la misma situación.
La opción más sensata habría sido decirles que cada uno viajaría en su coche, pero el “buenismo” nos invade en vacaciones, así que, en un ataque de agilismo, se me ocurrió una idea. ¿Y si les dejábamos a ellos tomar la decisión?
Aunque mi mujer y mis amigos no estaban muy convencidos, accedieron a probar y se lo propusimos a los pequeños. Las reglas eran muy simples: tres sillas en un coche, dos en otro. Podían hacer el reparto que quisieran en cada viaje, pero si no se ponían de acuerdo y nos decían quién iría en cada sitio sin discusiones, se sentarían en su propio coche.
De repente y contra todo pronóstico, se obró el milagro: dejaron de protestar y empezaron a hablar entre ellos y buscar una solución. Debatieron, propusieron soluciones y negociaron para llegar a un acuerdo. Se habían convertido en un equipo autoorganizado con un propósito sobre el que poner el foco.
Con el paso de los días, la situación fue evolucionando sin que los padres tuviésemos que intervenir en ningún momento. En cada parada hablaban entre ellos y decidían cómo se sentarían. Cuando uno se enfadaba y no estaba dispuesto a alcanzar un consenso, los demás mediaban, diciendo que acabarían pagando todos. La presión popular y la negociación entre iguales hacía su magia y unos y otros cedían y buscaban un plan conjunto.
Llegó un punto en el que, guiados por la mayor de ellos, hicieron un mini proyecto sobre cómo se sentarían los últimos dos días para no tener que perder tiempo en debatirlo en cada ocasión.
La autoorganización: un bonito principio del agilismo
Ahora detengámonos por un momento. Hemos quitado la figura de autoridad que impone su criterio sobre cómo hacer las cosas. El jefe de proyecto (padre) se ha apartado y ha dejado que los niños decidan cómo quieren llevar a cabo el trabajo de sentarse. Gracias a ello, el equipo se ha empoderado y ha tomado conciencia de que quejarse y pelear no es la solución, sino que hay que buscar la manera de llegar a buen puerto juntos para que todos se beneficien.
Si he de ser sincero, al principio ni yo mismo creí que dar ese poder a los niños solucionaría el problema. Fue más bien una medida desesperada porque estaba cansado de pelear con ellos, pero acabé aprendiendo una valiosa lección. Empoderemos a los equipos, confiemos en ellos, dejémosles autogestionarse y decidir cómo harán las cosas y, sobre todo, démosles el entorno, la seguridad y el foco, y los resultados puede que sorprendan a todos.